A lo largo de la historia, pequeños detalles han marcado grandes conflictos diplomáticos. Pero hace 50 años, nadie imaginaba que algo tan insignificante como el liviano vuelo de una pelota de ping-pong marcase el devenir de la Guerra Fría entre EEUU y China.

Por David Martínez

Aún recuerdo cuando en mis años de instituto el sonar de la campana del recreo suponía una carrera de supervivencia entre mis amigos y yo. El objetivo: hacerse el primero con las paletas de ping-pong que, a duras penas, todavía aguantan. Transcurrían entonces 20 minutos frenéticos en los que el ping-pong se convertía en el mayor placer de los allí presentes. Sin embargo, de nuevo al retumbar de la campana: normalidad. La maltrecha mesa verde, abandonada por aquellos 9 jóvenes, se convierte en un mero objeto inanimado más de aquella antigua entrada de instituto.

Algo parecido vivió el tenis de mesa en el año 1971 cuando se convirtió en uno de los mayores instrumentos diplomáticos de la Guerra Fría, para acabar siendo relegado a un deporte en segundo plano. Pasó de estar en boca de todos al olvido, y viceversa, en un abrir y cerrar de ojos.

Todo transcurrió en un contexto de tensiones por la Guerra Fría que movía al planeta tras las Segunda Guerra Mundial. Desde 1949, Estados Unidos bloqueaba cualquier contacto con China a raíz de la proclamación de Mao Tse Tung como líder y de su conversión a la “China Roja”. Sin embargo, el país asiático demostró durante esos últimos años una tendencia a volver a estrechar sus contactos, y la América de Richard Nixon veía en China un nuevo mercado de millones de personas.

Ambos, deseosos de romper el bloqueo que llevaba más de dos décadas separándolos, pero ninguno atrevido a hacer el saque inicial. Hasta que el destino, a primera vista, hizo de las suyas. Nadie se imaginaría que el enfrentamiento entre Estados unidos y China, entre occidente y el comunismo, estuviese en manos de una partida de ping-pong.

PUNTO

Todo comenzó a inicios de abril de 1971, durante el 31 Campeonato Mundial de Tenis de Mesa de Japón, celebrado en Nagoya. En la tarde del 4 de abril, Glen Cowan, integrante del equipo estadounidense, se separó de su grupo a la hora de abandonar el centro de entrenamiento. Tras perder de vista su bus, y a escasos minutos de quedarse encerrado y solo en dichas instalaciones, abordó el autobús del equipo chino, presuntamente, por error (Cowal afirmó que uno de los jugadores del autobús lo saludó y con señas le invitó a subir). Glen Cowan no era un entendido de las políticas que separaban a ambas naciones, y su imagen no se correspondía del todo con la de un diplomático, pero sabía lo que significaba el hecho de poner un pie en ese vehículo.

SET

Fueron 15 minutos de un viaje lleno de miradas cómplices y una tensión que podía cortarse con una paleta. A los 10 minutos, Zhuang Zedong, histórico jugador de ping-pong de China y por aquel entonces triple campeón del mundo, quebró el silencio. Intermediado por un traductor, llamó la atención del estadounidense brindándole un regalo: un bordado de las montañas de Huang, las montañas más importantes del país asiático.

Glen Cowal, apresurado, rebuscó entre su bolsa de entrenamiento intentando esquivar el abismo emocional que en el interior de dicho vehículo se respiraba. “No puedo regalarte un peine”, se disculpaba una voz entrecortada.

En los asientos finales de aquel autobús, la presencia de un estadounidense rodeado de chinos. Una situación por aquel entonces impensable y que cientos de cámaras, sabedoras del momento, retrataron a la llegada del equipo.

“Nuestro equipo fue avisado para no hablar con los americanos, no estrecharles la mano y no intercambiar ningún regalo con ellos.”

Zhuang Zedong (2008)

Glenn Cowan, de los Estados Unidos, estrecha su mano con Zhuang Zedong, de China, tras bajarse del bus del equipo chino. Fuente: Getty

A la mañana siguiente se produjo la imagen que hizo sonar todas las alarmas. Cowal se acercó a Zhuang para equilibrar tal abismo, regalándole una camiseta impresa con el signo de la paz, la bandera estadounidense y las palabras “Let It Be”, de la famosa canción de los Beatles. Mensaje enviado.

Zhuang Zedong y Glenn Cowan intercambiándose sus regalos.

PARTIDO

Mientras tanto, en China: mensaje recibido. Mao se apresuró a hablar con el jefe de su delegación y le ordenó invitar al equipo Americano a China.

De repente, en menos de 36 horas, un grupo de profesionales que costeó por sus propios medios el viaje a un campeonato mundial, se convirtió en la llave más importante para abrir la puerta que separaba a Estados Unidos y China. Una semana de visita por Pekín, donde los estadounidenses, encabezados por Cowan, crearon expectación allá por donde iban.

Equipo estadounidense visita la Gran Muralla china. Glenn Cowan abajo-izquierda. (By: Norman Webster)

Se dio entonces inicio a un dominó de eventos que desembocaron en la normalización de las relaciones entre EE.UU. y China en 1979. Aunque, tanto en el ping-pong como en la diplomacia, los estadounidenses fueron superados.

Actuación ensayada o golpe del destino; nunca se sabrá. A menudo se considera este hecho como una mera anotación al pie de la historia, un anecdótico preludio a la sombra de la pionera visita de Nixon a la República Popular un año después. Pero es indudable la capacidad diplomática que se puede contener entre dos paletas. Este detalle, este deporte, cambiaron el rumbo de la Guerra Fría para siempre.

A lo largo de la historia, pequeños detalles como este, mezclados con mucho sentido común, han dado la receta de grandes conflictos diplomáticos. Algo tan insignificante como el delicado vuelo de una pelota de ping-pong puede hacernos triunfar, o caer.

Porque, al final… siempre gana lo simple. Forrest Gump lo tenía muy claro, ¿Por qué a nosotros nos cuesta tanto?

“Alguien dijo que la paz del mundo estaba en nuestras manos, pero yo solo jugué al ping pong”

Forrest Gump (1994)

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